Rubia
es un mundo, tan humano y tan real que estremece. No es sólo ella, es el
paisaje que la envuelve, es su interior revuelto, las historias que la orbitan,
el poder que hace el milagro en su vida. Junto a ella, descubrimos lugares
fascinantes, paisajes sublimes, tanto internos como externos. No podemos más que sumergirnos en su
historia, emocionarnos, sentir con ella, porque, al fin y al cabo, su historia
no deja de ser la nuestra (y quien diga que no ha sentido nunca nada de lo que
siente Rubia, miente o, lo que es peor, se miente a sí mismo). Tiene esa magia
de cautivar al lector desde el principio hasta el final, de hacerte retroceder
y adelantar en el tiempo con la finalidad de ir conociendo los trasfondos o las
situaciones vividas por los personajes.
Gusmar
nos guía en este viaje, consigue hacernos entrar en profundidad en el corazón
de los personajes con un trabajo esmerado de introspección y nos lleva a
descubrir paisajes sublimes a través de las descripciones con toques
legendarios para retomar el aire y sumergirnos de nuevo a lo más profundo. Nos
describe los paisajes con su flora de una manera tan vívida que nos sentimos
parte de ella
Así
mismo nos plantea al ser humano, con ese trémulo de sentimientos, algunos
encontrados, productos de la realidad de una sociedad que ha perdido sus
valores pero que lucha para rencontrarse nuevamente con ellos. Es allí donde
Rubia nos enseña a expresar nuestros más profundos sentimientos y surge como
una nueva propuesta para guiarnos por los senderos de la consciencia,
llevándonos hasta la expresión del perdón para seguir viviendo.
El
trabajo de documentación es exhaustivo, sobretodo en los recovecos del alma
humana, y esto hace de la historia de Rubia una historia universal sobre el
dolor y la restauración del alma a través de la gracia del perdón.
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