martes, 8 de enero de 2013

EN TORNO A LA NOVELA RUBIA... UNA RESEÑA ESCRITA POR RAFAEL AYALA PÁEZ.


La novela actual en Venezuela se centra en la ciudad y sus efectos alienantes. También en los últimos años es común leer novelas de propaganda. Además hay un creciente interés por novelas de corte policial, fantástica e histórica. Pero, ¿podrá alguna de estas novelas resistir el paso del tiempo y las tendencias impuestas por la moda? Probablemente no. Es evidente que la narrativa venezolana está en crisis.

Estas obras sólo tienen como fin el entretenimiento, y lograr fácilmente reconocimiento público con obras agradables, empobreciendo los gustos de sus lectores.

Miguel Delibes, dijo que “la novela es un intento de exploración en el corazón humano a partir de una idea que es casi siempre la misma contada con diferente entorno”, de ahí que, el escritor de antes era visto como un individuo libre, por lo tanto, era visto por el poder como un peligroso elemento desestabilizador, el escritor actual ha perdido su independencia, y se ha vuelto indolente, perdiendo todo espíritu de crítica.

Es demasiado pronto para saber cuáles serán las consecuencias de este tipo de literatura sobre el futuro de la novela en nuestro país.

Después de varias reescrituras el escritor Gusmar Sosa nos presenta la novela “Rubia”, que creo que está lejos de la frivolidad de la novela venezolana actual.

En ella su protagonista “llega a lo más profundo del valle: El Consejo de Ciruma, y allí se perfuma con el aroma del aceite de cabimo.” A partir de esta llegada, el narrador omnisciente nos relata la historia de la fundación del pequeño caserío “El Consejo de Ciruma”, simultáneamente, nos sumerge en la lucha interna de Rubia. Sosa tiene una gran habilidad para describir los paisajes y los sentimientos de sus personajes.

A las pocas páginas uno prefigura lo que ha traído a Rubia hasta el valle, sin embargo, a pesar de esto, la historia no pierde la continuidad y el sentido de la expectativa se mantiene, contribuye a esto la agilidad de la historia, que no permite que el lector deje el relato de ritmo sostenido.

El dialogo interno de Rubia es una de los aspectos más llamativos de la novela, además de ser sutil y complejo y mimetizarse con su entorno.

Son muchos los personajes y las historias de esta novela, pero todos tienen el sello de un autor que busca recrear e inventar su propio imaginario y mitos, por eso es una novela íntima y fascinante, de un autor fascinante.

Finalmente, Rubia es un drama familiar muy típico de nuestro tiempo, y sin embargo, mantiene estos aspectos actuales de la realidad como estímulo permanente para la ficción literaria.

sábado, 8 de diciembre de 2012

"RUBIA ES BASADA EN UN HECHO REAL Y EN ELLA SE CRUZAN DIVERSAS HISTORIAS..."


Esta entrevista fue realizada por Richard Sabogal, director de Negro Sobre blanco Editores.

Confiesas a tus lectores que Rubia es tu opera prima  ¿cómo ha influido en tu vida esta novela ganadora del Premio Grupo Nelson Ficción 2009? ¿Cómo nació?
Desde el momento en que esta historia se coló entre mis dedos pensé en ella como mi niña Rubia. Yo ya era padre de dos niños, Efraín y Benjamín, y sabía lo complicado que resulta la experiencia de enfrentar el compromiso y la responsabilidad de la paternidad cuando uno decide asumirla e intenta cumplir con el rol de padre orientado a la construcción de un escenario ideal para que los hijos puedan desempeñarse como ciudadanos y humanos sanos. El asunto es que sabía que en un mundo en el que las editoriales (en su mayoría) prefieren representar nombres conocidos, y no ayudarlos a forjarse, tocar las puertas sin un nombre sonado, y con una novela de la que nadie sabe nada, era una empresa utópica.
Escribí a Rubia tres veces, pudiéramos decir que las dos primeras fueron abortos no deseados. Es doloroso cuando con ilusión esperas el nacimiento de tu niña y de repente te das cuenta que algo anda mal y no verá la luz del amanecer. Así me sucedió. De la primera versión nadie nunca supo nada, la segunda la compartí con unos amigos y un año después sentí vergüenza de lo que había escrito; ese segundo intento se había llamado “Rubia y los ojos del abuelo”. En el año 2008 me entero de un concurso convocado por un grupo editorial norteamericano con una división orientada a la América Latina con sede en México. Con seis meses de anticipación vuelvo a escribir “Rubia”. Esta vez decido una pausa y me pregunto ¿por qué quiero traer a esta niña al mundo? Y la respuesta me sorprendió. ¿Tengo que compartir la respuesta?
Lo haré, pero no me culpes si decido callar algunos detalles de la respuesta.
Me descubrí como parte de la historia de Rubia, me vi reflejado en sus agonías y melancolías. Recordé mi adolescencia en una plaza de pueblo, mirando a lo lejos, inconforme con el presente y temeroso del futuro, avergonzado de episodios de mi pasado. Y me vi en sus padres, angustiados, a la expectativa frente al crecimiento de la niña; me vi en el abuelo, victima de su propia cólera, con ganas de cambiar su destino y con poca fuerza de voluntad para lograrlo. Me vi en cada personaje secundario, en el adolescente aventurero, en el “Gabriel” que intenta reconciliar su presente y pasado; incluso me vi en la niña Cristal, la esperanza de una nueva historia. No sé si esté bien confesarlo, pero cada personaje en esta novela es un reflejo de mí desde un ángulo distinto.
Cuando la novela queda finalista en el Premio Grupo Nelson Ficción 2009 supe que ese era su grito de nacimiento. Tú sabes, ese grito que sigue a la nalgada del médico cuando te recibe la vida. Desde entonces ha sido una aventura caminar con ella. Si aquel fue su grito de nacimiento, la publicación con el apoyo y respaldo de NsB ha sido su primer paso.
¿Hay algo particular en esta obra y que nunca has confesado? ¿Rubia es una historia real?
Creo que ha llegado la hora de confesar. En los últimos meses me han hecho confesar algunas cosas sobre mi niña. Estoy pensando qué es lo más particular que en otra entrevista no diría y aquí va: aunque Rubia se centra en el personaje que lleva ese nombre, aunque la obra la inspiró una historia real que es la suya, el momento en que pensé “quiero escribir esta historia” no fue al escuchar el hecho central que me inspiró a escribirla.
La decisión nació en otro momento. ¿Debo confesar en qué momento?
Un día martes de un mes de diciembre. Entré en una habitación oscurecida por la tarde que ya caía, en un rincón de la habitación vi una cama y sobre ella un hombre de cincuenta y tantos años envejecido prematuramente por una insuficiencia renal y “culpa crónica”. El tipo abrió sus ojos, que alguna vez fueron de color azul vivo, y en el lugar de sus ojos un vacío y agonía relampagueaban. Me apuntó con su vacío y agonía y no sé si logró observarme, pero yo sí pude verlo y entonces me dije: “voy a escribir la historia”.
¿Crees que un acto tan ruin como el que narras en Rubia merezca perdón?
Uno suele hablar del perdón y sus beneficios, pero cuando lo preguntas así y bajo el contexto de Rubia, provoca pensarlo mejor.
Creo que nosotros mismos merecemos perdonar. El mensaje de perdón de Rubia no va en ese tono fantástico que se usa para explotar las emociones y hacer sobresalir el valor de algunas creencias. De hecho, podría decir que no hay mensaje de perdón (a pesar de que algunos lectores confiesan haber encontrado uno).  Allí hay hechos, agonías, redención en términos de la práctica de nuevos intentos. Así que hoy me permitiré en esta entrevista confesar otra particularidad: no se trata del perdón al viejo de la historia, se trata del perdón hacia uno mismo por no ser valiente para perdonar.
Rubia es la primera novela de una trilogía, ¿De qué trataran los otros dos tomos?
Eso es una primicia. Como te dije hace rato: “Rubia es inspirada en un hecho real, y en ella se cruzan diversas historias y queda un camino abierto hacia otras más”.
Debo confesarte que la decisión de la trilogía era una idea tímida. Lo conversé con la editorial presentándole el esquema de lo que serían las otras dos historias y así se consolidó como una decisión. Los dos tomos pretenden cerrar el círculo abierto con la historia de Rubia y continuar el trayecto del destino del pueblo en el que se desarrolla su historia. Quedan leyendas por contar.
El segundo tomo es “Gabriel”, en él se cuenta la historia de ése personaje que llegó a devolverle la alegría a Rubia en su adolescencia y tuvo que desaparecer para “reconciliar su pasado y presente y así vencer sus demonios”. Este segundo tomo no es una continuación sino una obra complementaria. Corre en el mismo tiempo que se desarrolla la historia de Rubia y llega al mismo final (deberán leer el prefacio de Rubia para entenderlo).
El tercer tomo es “Cristal”. Cristal es una antítesis de Rubia, ésta sí es una continuación, quienes han leído mi obra ya saben que Cristal es el nombre de la niña de Rubia y que al final “mira fijamente a Gabriel, y con su manita, alcanza la suya y le acerca hasta la orilla del río donde tiene sus montañitas de tierra…”.
La entrevista también se publicó en Negro Sobre Blanco On Line, en el Impreso deNegro Sobre Blanco y en ArtGerust.

domingo, 2 de diciembre de 2012

MIS CONFESIONES FRENTE A RUBIA.



Hoy voy a confesarme con ustedes, mis amigos. Escribí a Rubia tres veces durante los años 2007 y 2008. La primera vez la escribí con una tonta ilusión: publicarla. Aun guardo algunas páginas de la primera versión, para aquel entonces mi ilusión era grande, tanto como el tamaño de mi inexperiencia. No sabía aún que para efectos editoriales la ilusión no cuenta. De la primera versión nadie ha leído nada.
La segunda vez la escribí no sólo con ilusión, sino luego de leer una y mil veces algunos libros con sugerencias para jóvenes escritores. Me aventuré a compartir unos capítulos a medida que avanzaba, los enviaba por correo electrónico a algunos amigos de la blogósfera y ellos al recibirlo me contestaban con amabilidad. Fue buena aquella dinámica pues me ayudó a sentir confianza de compartir lo que hacía, sin embargo, reconozco que aquella segunda versión no fue muy buena. La historia iba hacia una sola dirección, la narración nada sorpresiva, pensaba que debía arrojar todo a ritmo acelerado y decir todo cuanto faltaba por decir al terminar de imprimir cada letra. Para finales del 2007 leí todo el trabajo que había hecho con Rubia y me sentí avergonzado. Recuerdo esa noche, fue una de esas vergüenzas que te hunden en agonía, que te desesperan, que te hacen sentir que no  diste ni la mitad de lo que podrías. Tomé mis cuadernos y los tiré a la basura, eliminé cada archivo digital. Nunca nadie supo de mi vergüenza hasta ahora (a veces vuelvo a sentirla).
Dejé pasar algunos meses, y el 2008 cayó con violencia sobre mí. Recordé a Rubia, mi niña. La noticia de un concurso de ficción me atormentaba. Para entonces trabajaba en un bar-restaurante en el turno de la noche, de lunes a jueves entraba a las 4pm y salía a la 1am, y viernes y sábado entraba a las 4pm y salía a las 3am. Me propuse escribirla de nuevo, pero esta vez me pregunté primero por qué quería que la gente conociera a mi Rubia, por qué aún estaba entre mis dedos y por qué no podía olvidarla. Fue cuando vi dentro de mí. Vi esa oscuridad que nadie ha visto, esa amargura que a veces titila con sombras profundas, ese odio que uno prefiere ignorar porque uno quiere tener un buen concepto de si mismo. Me pregunté por qué y la respuesta vomitó sobre mí…
¿Sentiste alguna vez que la vida se te viene encima con todo y no tiene compasión? ¿Sentiste que no hay lugar seguro para pisar? ¿Sentiste que “refugio” es una ilusión que se desvanece tan pronto como llegas a necesitarlo en verdad? ¿Te ha encarnado la desilusión? ¿Has pronunciado alguna vez y en silencio, a escondida, un “esto no es justo”? ¿Te sentiste abandonado e incapacitado para buscar compañía? ¿Quisiste encontrar un culpable de tus desgracias para justificar toda tu amargura y volcarla sobre otro? ¿Te odiaste alguna vez? ¿Te avergonzaste tanto de ti que tu propia imagen reflejada en un espejo llegó a despertar tu ira? Podría seguir preguntando toda la noche mientras escribo, pero creo que todavía siento temor a exponerme tanto. Prefiero seguir drenando a través de personajes ficticios y creer que la gente no sabe que ellos reflejan mucho de mí.
El asunto es que reconocí que dentro de mí, un huracán de emociones negativas arrasaba conmigo. Y así nació una Rubia más consciente de ella misma, pausada, capaz de sentarse en una plaza (donde comienza la historia), y de observar las montañas del Wilmará y sentir la brisa que llega al pueblo paseando por las aldeas. Y ese fue el primer paso para un largo viaje. Para entonces ya me había separado de mi esposa (lógicamente ahora ex esposa), y tras la separación la culpa me azotaba junto al amanecer. Muchos no lo saben, pues estuve aislado durante años, me hundí en la costumbre de consumir licor todas las tardes hasta el anochecer. Así nació el abuelo (personaje central de la novela), me di cuenta que uno se hunde en costumbres dañinas mientras intenta ignorar la culpa que azota, el rencor que no apunta a nadie; desde el 2008 miré hacia los días de mi alcoholismo y reconocí todo lo despreciable que fui, y agradecí por los pocos amigos (pocos en verdad: dos) que, a pesar de mi obstinado empeño de aislarme, me buscaron y ataron mis manos. También reconocí mis miedos frente a la tarea de ser padre. Cuando mis hijos nacieron, una luz brilló en mi horizonte. Ellos fueron como una estrella colgada en el sur, de esas que amamos los forasteros. No estar con ellos, como mi padre estuvo conmigo, me atormentaba. Así nacieron los padres de Rubia. Y poco a poco cada reflejo de mí mismo iba dando a luz un personaje.
Rubia está dividida en tres partes. En la primera intento introducirlos en un pueblo: El Consejo de Ciruma. El pueblo es real y lo conocí a mis trece años, viví allí casi cinco años y me marché. Durante los primeros meses de la separación anhelé no haberme ido nunca del Consejo de Ciruma. Comencé a visitarlo con más frecuencia y pude observar mucho de lo que en mi adolescencia no vi. Así nacieron mis narraciones y versiones sobre las leyendas que son parte de la historia del pueblo. En esa primera parte intento justificar al abuelo y sus vicios. Sonrío porque en otros tiempos yo habría condenado al viejo desde la primera línea en la que lo presento, pero qué puedo decir, ese viejo pude haber sido yo (tal vez algunos se escandalicen al leer al viejo, pero si lo lees, pregúntate: ¿qué tan malo, qué tan mala, pude haber sido yo y he sido yo?). 
En la segunda parte sigo regalando mi visión del legendario pueblo. Al mismo ritmo que presento la adolescencia de Rubia, la adolescencia en toda su expresión. Porque adolecer duele, porque duelen incluso los intentos y hasta los no intentos. En esa segunda parte, en uno de los capítulos, se pronuncia un “maldita sea” al estilo de Rubia. Un “maldita sea” que me ahogó muchas veces, en ocasiones no tuve la valentía para pronunciarlo pero latía con fuerza dentro de mí. 
La tercera parte es la última vereda a la redención. En mi viaje con Rubia había una tercera pasajera. Una buena amiga y maestra. Yo compartía con ella cada capítulo escrito y ella me daba sus impresiones. A pesar de la distancia logramos sincronizar en un buen ritmo mientras avanzaba con Rubia. Recuerdo que escribí el último capítulo una tarde y se lo envié, a la media noche recibí los mensajes de ella expresándome que leía con lágrimas en sus ojos el final del camino. Yo anhelé ese final para mí. Quise en aquel entonces ser tan débil como Rubia y rendirme, abrazar el abismo y reconocerme en el centro del vacío y así correr a enfrentar mis tormentos. 
A través de las páginas de Rubia, describo también el pueblo de Aroa, mi pueblo natal. También presento a Quebrada Honda, un cerro de Yaracuy al que mi abuelo llama “mi país”. Como un homenaje a mi abuelo desarrollo un personaje con su nombre, plasmo el carácter y la hermosura de mi madre en la madre de Rubia. Hay mucho más que podría decir, pero por ahora no quiero aburrirlos con mis nostalgias. Sólo quería compartir algunas cosas.
¿He llegado al final del camino? Me asomo frecuentemente, pero a veces sigo siendo tan cobarde como para no quedarme del todo, sin embargo y en mi defensa debo decir que poco a poco me voy aclimatando a ese lugar en el que uno queda expuesto e irremediablemente hay que alquilar una habitación para pasar el tiempo necesario para redimirnos de nuestras culpas, de nuestras no culpas y de las culpas de otros…